Ocho Pies en A Coruña: La ciencia de los parques (II)

A algunas ciudades del norte cuesta sacarles la sonrisa en otoño. Calles mojadas, algunas personas que amanecen en ellas, copa en mano, y otras que no encontraron donde dormir, una noche más, tiritan de frío mientras caminan encorvados en busca de algún lugar desconocido. Y ese paisaje austero solo se colorea cuando de repente, como también ocurre, las nubes se marchan con prisas y dejan que el sol haga su trabajo y florezcan los rincones bonitos que ofrece un amanecer tardío como el de diciembre. Así fue el despertar del segundo día en A Coruña.

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PARQUE DE EIRÍS

La ampliación y transformación de las ciudades durante este siglo ha ido modificando la geografía, demografía y urbanismo de zonas que hasta hace no tanto eran rurales y de repente se han convertido en nuevos centros residenciales. Es lo que ha sucedido, cuentan crónicas periodísticas e históricas, con la zona de Eirís, donde ahora se extienden miles de metros cuadrados de parque que ofrecen alternativas compatibles con diferentes edades y momentos. La doble tirolina, la zona de escalada o los toboganes que se deslizan por la ladera son referentes en la zona alta del parque, después de dejar atrás el Castillo de Eirís y una laguna habitada por patos y algunas aves que han encontrado en este pequeño humedal una nueva espacio de estancia y vuelo. En la zona baja se ve como algunas personas mayores se esfuerzan en las huertas urbanas encadenadas que están a punto de convertirse en una zona agraria del rendimiento que parecen sacarle. Aledaño hay también un amplio skatepark. En definitiva, un espacio verde, estupendo para pasear, jugar y respirar. Y coronado con una llamativa pérgola que vale por si las nubes descargan o por si se quiere permanecer a cubierto.

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PARQUE DE OZA

Por la Avenida de Casanova de Eirís dejas a un lado la Plaza dedicada a Pablo Iglesias y también la biblioteca pública de Castrillón -cierra los fines de semana- para encaminarte al Parque de Oza, otra zona rural reconvertida en pulmón de una ciudad que creció y a la que le hacía falte aire con cierto orden. En sus límites se mezcla el paso del tiempo y uno no sabe si está en el ahora o en el antes, pero en cualquier caso, le da un punto pintoresco y merecido que en cierto modo parece una fotografía histórica, quizá justa, pero también con pinta de efímera y que pronto caerá para ver crecer edificios con menos alma y más cemento. Por allí había un cartel al que le faltaba un cuchillo en el que se decía que vendían y compraban suelo. Dejamos los sueños a un lado, para bajar por un camino reverdecido, en el que las enredaderas trepan las farolas, el verde te rodea. Este asunto boscoso pronto se despeja y deja paso a un parque fabricado con cariño y el pragmatismo suficiente para hacerlo útil, no sin encanto, pero sí con capacidad para estar en cualquier ciudad. Como una franquicia. Los vecinos entrenan, las familias pasean, los niños/as estrenan sus bicicletas, los mayores leen La Voz de Galicia y en la zona infantil los más pequeños/as juegan sin parar. Se da una circunstancia: hay una rampa metalizada mojada por la lluvia de anoche. Los niños/as la miran y no la usan, hasta que llega una madre y refunfuñando con que nadie lo ha hecho antes coge un par de clínex y seca la rampa a la velocidad de la luz: y oh, magia, al instante siguiente todos los niños/as se lanzan y juegan. Fue un paseo por una A Coruña desconocida y que apenas sale en guías o recomendaciones, pero que si se dispone de un par de días para visitar la ciudad merece la pena recorrer.

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CASA DAS CIENCIAS

Teníamos la intención de ir al Monte de San Pedro y allí esperábamos a la 14 en la parada de guaguas, pero el cielo se abrió y empezó a llover, por lo que cambiamos de planes sobre la marcha y nos abrimos a visitar el céntrico parque de Santa Margarida, que alberga Casa das Ciencias y también el Pazo de Ópera. Teníamos una visita pendiente anotada a este museo científico: un espacio divertido en el que jugar, aprender, divertirse con módulos dinámicos y explicados, divididos en tres plantas y coronados con un planetario espectacular. Conseguimos unas entradas para El Cielo con Cloe, una propuesta animada para acompañar en la introducción al deleite de mirar a las estrellas queriendo ver y entender la luz que se emitió hace tanto y que ahora llega parpadeando a nuestros ojos.

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A la salida, el parque ya no dispone de cafetería. «Se la cargó el COVID, como todo», dice una vecina. Un puente blanco sobrevuela la Avenida de Arteixo y por la calle Nicaragua llegas a la Plaza de Vigo, con un miniparque infantil y algunas terrazas que pueden hacer las veces de lugar para merendar o en el que reposar. De camino a casa, un paseo por los jardines de Méndez Núñez en los que una vecina nos contó que «ahora hay muchos parques pero antes todos los niños de Coruña jugábamos ahí». Es sábado de diciembre y recordamos que la Navidad está al caer. Así, coincidió que en El Obelisco, una obra de finales del siglo XIX y símbolo de la ciudad, había un escenario y se agrupaban numerosas personas para celebrar el encendido navideño. Unos minutos antes de que llegara el momento que el personal ansiaba empezó a llover, pero allí no se movió nadie. Cuando la escena invitaba a correr a cubierto como pollos sin cabeza, es lo que hubiésemos hecho en latitudes donde la poca lluvia hace que el paraguas viva en el trastero -cuando hay-, empezaron a relucir elegantes sombrillas, algunas grandísimas y de colores, que cubrían inmediatamente a los presentes. La lluvia duró poco y pareciera que fue una actuación que precedió a una veloz cuenta atrás que cuando sonó cero iluminó las luces navideñas de la ciudad y un bonito árbol de navidad en el que habían peces, haciéndonos recordar aquella canción que tanto nos divirtió hace años:

«Por el mar corren las liebres,

por el mar corren las liebres,

por el monte las sardinas, tralará,

por el monte las sardinas, tralará

Por el moooonte las sardinas»

Y luego todo aquello fabuloso del vamos a contar mentiras. Y pareciera que nos fuimos del tema, pero veníamos hablando de la Navidad y pegaba con la canción. Eso sí, no hay quien le quite la sonrisa a los niños/as, que de repente estaban chocando la mano con un Minion y haciendo migas con Goofy. Así de surrealista, así de natural.

Ocho Pies en A Coruña: Sabor Atlántico (I)

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